Decenas de miles de adolescentes australianos, al igual que muchos de sus compañeros en todo el mundo, se dedican a los videojuegos hasta niveles patológicos, que en los casos más avanzados conducen a un prolongado rechazo escolar, amenazas de autolesión y agresiones a los miembros de la familia.
Un nuevo estudio de la Universidad Macquarie de Sídney documenta cómo los jóvenes más vulnerables, que desarrollan la condición conocida como Trastorno por Juego en Internet (TGI), no sólo tienen que lidiar con sus impulsos, sino que también se sienten desconectados de sus familias e impotentes en el entorno exterior.
Como parte del estudio, los investigadores examinaron los casos de casi 900 estudiantes de secundaria en un instituto de una zona socialmente favorecida. Unos 24 de ellos cumplían los criterios de adicción a los juegos de Internet: 14 hombres y nueve mujeres.
Según Wayne Warburton, profesor de psicología del desarrollo, que dirigió el estudio, la probabilidad de que un adolescente sufra problemas clínicos con los videojuegos aumenta con los factores de riesgo, como ser varón, tener baja autoestima y sentirse socialmente aislado. «Sentir que no tienes mucho control sobre tu entorno, no ser bueno en muchas cosas; sentir que no tienes una buena relación con tus padres, son algunos de los factores de riesgo», escribe Warburton en la web de la propia universidad.
Los adolescentes que viven apegados a los videojuegos lo hacen porque les da algo que les falta en la vida real. «En la ‘conexión'», continúa el experto, «uno encuentra su tribu y pasa tiempo con otras personas. Además, se es competente, es decir, se es bueno en el videojuego, lo que compensa las insuficiencias en las materias escolares. Por fin los jóvenes tienen el control: del juego que practican y de su entorno». Sin embargo, la adicción al comportamiento puede abordarse abordando los factores de riesgo, como el fomento de la confianza en uno mismo y el tratamiento de los problemas de relación que conducen al aislamiento social.
El riesgo se reduce cuando los jóvenes tienen una mayor autoestima, están mejor conectados socialmente y tienen un vínculo más fuerte con sus padres y un entorno familiar cálido, escribe el investigador.
Fuente: Ansa News. Adaptado por CambioDigital OnLine.